A Ophir Alviarez
Aquí, en este sitio pleno de la magia de los cuerpos, está la princesa. A ella voy como en un viaje a ciegas… voy seguro de la suave letanía volcada en ansia. Un soldado se acerca y la luna brilla en su cabeza de casco metálico. Es la hora del santo y seña, la hora de los descubrimientos. Me acerco con la barba hecha cenizas y una espuma suave mueve mi cuerpo entre las hojas. Es su mirada novel. Es su tierno tropiezo en la hierba azul. Una pompa estelar se eleva hecha cielo. Una y otra y otra brillan en su mirada.
Una serpiente ancestral se desliza entre mis piernas. El frío de su maldad metálica trastoca la piedra y el rumor. Vibran las cortezas cercanas. El clarín del cuartel de hojas secas cae sobre el pecho mientras la suave tela se desliza por sus muslos. Gota de cristal, no es ámbar ni sepia, no es verde lóbrego ni azul mar. Es un lugar común su piel tersa a dos metros de mí. Mi ojo impertinente, sus manchas. Mi mente empírica, su buena voluntad, su diplomacia sexual.
La tomo, es lo que siempre he deseado. Es un anhelo permanente su cuerpo abultado sobre el grito del mundo. Empinada. Las nalgas firmes, las manos firmes, los muslos amplios como dos hojas de laurel. El tropiezo y la estancia feroz. Arrimado a su oreja no vacilo ni reprimo. Libero y un volcán de estruendos nos arropa y nos penetra. Es el calor de la noche este placer onírico.
Me refugio y disparo, sangra sobre mí, abro los ojos y beso salobre su gesto. Beso enloquecido. Beso, apasionado. Beso. Es un beso, sólo un beso y el manantial de la dicha se vacía entre la hierba, es la sabana intensa con sus animales interiores repoblándome. Es el conejo fértil y la lapa triste. Es el zorro que no vacila y el turpial silbador. La brisa pasa sobre nosotros y gime sin fin su viaje hacia el medanal distante.
Me refugio y disparo, sangra sobre mí, abro los ojos y beso salobre su gesto. Beso enloquecido. Beso, apasionado. Beso. Es un beso, sólo un beso y el manantial de la dicha se vacía entre la hierba, es la sabana intensa con sus animales interiores repoblándome. Es el conejo fértil y la lapa triste. Es el zorro que no vacila y el turpial silbador. La brisa pasa sobre nosotros y gime sin fin su viaje hacia el medanal distante.
Una columna de hormigas sabias se dilata detrás de las orejas y la sopa vegetal canta una crónica antigua que habla de gozo y de risas.
Ya no somos ella y yo. Ya no somos ninguna certeza. Ya no somos ninguna esperanza. Sólo es un cielo atravesado de espantos que chillan mientras el mundo gira sin ánimo sobre su eje. Los grillos han hecho silencio. Ya no danza el estelar campo de cruces sobre nosotros. El silencio es seminal portento en su vientre y la felicidad es una raíz poderosa en el pecho masculino.
- ¡Caramba! –dijiste- y te alejaste, segura, confiada en que fermentarías embriagada de vida la mañana siguiente.
- ¡Caramba! –dijiste- y te alejaste, segura, confiada en que fermentarías embriagada de vida la mañana siguiente.
Guao!! No había visto que habías dejado aquí Cuerpos en prosa, entré casi con la intención de halarte de una oreja por lentejo y sobre todo por no hacer lo que tienes que y dejar la escritura y las palabras de lado en la cotidianidad de los días que se escapan y si nos descuidamos, no dejan huella.
ResponderBorrarNo me canso de leer, de leerte y entre sonrojo y sonrojo, de instarte a que sigas, a que no pares, a que rescates todo eso que habita en ti y lo hagas poemas, puedes, claro que puedes.
Un beso también en prosa.
Ophir