No turbéis nunca el sueño
de los niños,
¡No los despertéis, no!
esa prerrogativa de
inocencia
pasa rauda, veloz.
Inefable emoción embarga
mi alma
cuando los veo dormir,
y sufro, cuando turban ese
sueño
tan dulce, ¡tan feliz!
Cieguecitos con ojos
luminosos
que traen a la vida
el tesoro inefable de sus
gracias
y el enjambre sonoro de
sus risas.
Lo adusto, lo terrible,
junto a ellos
pierde su hosca negrura,
y el crimen espantoso,
cuántas veces
al mirarlos se turba.
De puntillitas… así.
Dormid, pequeños,
hasta que el sol os bese
con cariño.
¡Ah! Llega presto,
demasiado presto
La edad de la razón, ¡la
edad del libro!
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