Algas y brisa / Por Cedhot Arias



Parado: a un lado, la montaña de piedras ancladas; al borde, el precipicio de tus besos; más allá, la playa inmensa, la tristeza amarga del agua salada. Entre los pies, la promesa múltiple e infinita de la arena húmeda como tu cuerpo de anémona. Rasgar con una mirada el tiempo infinito sobre el cabello bien torneado del recuerdo, el sol encumbrado, la pasión irresistible por todo lo que abraza y quema. Escuchar el agua balbucear un par de amores, brillar al filo de las olas como si fuera la tarde sobre el mundo de tus senos… respirar el aire seco, el infierno de tu cuerpo.

Y fui solo con la grácil persistencia de la brisa. Desdibujada la pasión, salpicados de te quieros, el paso resuelto de los días golpeaba la piedra, sin piedad tus manos buscaban atrapar el ave cansada de estos sueños, que, como gaviotas, pedían alimento. Sentados al fin, bebida la vida, saboreado el trinar del tiempo, buscamos en los ojos lo que no se pudo con el aliento. Aquí estoy, dijiste, una mueca de sonrisa anidó cansada en la cara portentosa: cristal del viento.


Ven, acompáñame al último viaje, al mar sin fondo y sin tregua, al agua senil de los tropiezos. ¡Ven!, te dije, como un suspiro terrible que exige con lamento, ven al mar de las caricias que se fueron, al naufragio mohoso en que se han convertido nuestros restos. Ven, balbuceé, extraviado, entre la concha sublime de las perlas de otros besos, olorosas aún al festín salobre de otros cuerpos, que como peces multiplicaron el sudor de la tarde tantas veces.


Anclados… esperando el paso persistente de los barcos-fantasma, que navegan sin motivo y sin descanso, esperando despertar el roído arsenal de los dedos tibios, volaron alma y cuerpo dejándose llevar como algas por el flujo incansable de las mareas ardiendo, ¡somos la ceniza de aquellos incendios!


Mírame. El huracán hizo de mí un tronco sin tierra, un ave de madera sin rumbo, sin hojas, sin fruto ni sombra ni puerto… en el patio solo el hueco oscuro del antiguo asiento, el largo esfuerzo de un millón de hormigas, el aserrín escarbado, arrebatado al suelo.


Mírate, disuelta, mineral ansioso, el agua y tú, hermanadas, encontraron rumbo al desaliento. Arrebatada a la piedra floreces en otros mares, deslizándote conociste el rumor profundo del agua fría, oscura, sin fin, de la soledad que tiembla…


…desde la playa, el tronco te busca, se sumerge, te espera.




Cedhot Arias - Septiembre 2007

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