Así resbala el agua
sabia sobre mi estruendo excitado, como una gota de durazno mermelada sobre la
piel enhiesta de tu ansiosa pasión desbordada. Así vienen a estrechar los
labios los núbiles novios que recién comienzan a construir la plaza tupida de
árboles como cofre de sus escarceos. Como cuando me miraste desde el lunar
sobre tu labio, empinada de brisa el aliento fértil y el jean apretado,
desteñido, debilitado por el suave masaje de mis manos.
Postrera, hacendosa
la falda sobre tus muslos, envejecida la faz, recordaste la presencia juvenil
sobre tu torso petrificado y loco.
Era nocturna la luz
del deseo, era soledad inmaculada la habitación como cárcel del enfurecido
galope de mis brazos. Era todo esa noche yo solo con mi ceguera de trapo. Con
mis primitivos instintos azules, era solo mi atenuado concepto de libertad y mi
presencia dulce, ingenua y hasta vacía de lógica. No esperaba nada y lo
conseguí todo, incluida la promesa de un: mañana te llamo, que no volvió, que se
llevó la garúa persistente sobre la estrella de la esquina.
El agua atenazada
de milagros: la parturienta refrescada de luceros, el mendigo bañado de espuma
estelar, el campo sembrado y reluciente que orificado despuntará la mañana
siguiente, la mujer ausente y triste vivificada en la reencarnación de los
recuerdos, el niño adormecido en el pecho sanguíneo de la negra… y todo te
nombraba otra vez, como si no fuera el olvido suficiente compañía.
Todo te nombraba
comenzando el día hasta muy entrada la noche justo antes de dormirse sobre ti.
Y la noche fresca, fresquísima bajo los postes locos de luz. Sembrado el arado
sobre el jardín desintegrado de hojas verdes estuve tanteando las paredes de tu
ombligo sideral. Y allí me anudé la trenza de la ambición sin recelo. Seguí
adelante y saboree salobre y mostaza la pared lánguida como un gato triste
hasta arrebatar la distancia.
Tanto intenté la
escalada como la caída de tu mestizo vestido sobre la alfombra seca como un
campo agrietado. Tanto esperé doblegar tu cuerpo hasta la empuñadura entre los
ojos de tus caderas. Tanto desee tomar tus gemidos silenciosos que decían: -
padre nuestro libera el alma de este cuerpo que suda y ansia el cielo como
espacio de la pasión infinita.
Tanto adoré que
dupliqué el amor tal como tú, la misma noche en que nos volvimos viejos de sed.
Hermoso el sentimiento que se escurre entre las líneas e invita a desechar tabúes y armarse nada más que de las ganas y de la piel que siente porque sí, porque la mañana es fresca y el eco de la voz repica cerca y estremece.
ResponderBorrarQuizás, por aquéllo del cincel, miraría uno que otro adjetivo y signo de puntuación.
Encanta la soltura de las imágenes y su elocuencia.
Abrazo.
OA